27.11.06

Borat y el orgullo americano. Por Susana Martin Gijon.



No escribo para recomendar una película. Escribo para no recomendarla. Y lo hago porque me he sentido engañada al ir al cine por recomendación. Humor inteligente, crítica ácida hacia los EEUU al estilo Michael Moore. Una película sublime. Que ganas tenía de verla. Por favor.
Pues bien, lo único que he visto durante 84 larguísimos minutos es un humor de lo más burdo, escatológico y sexista que veía hace mucho.
Pero lo peor de todo no es eso, lo peor es que a quien diga que la crítica va hacia EEUU se le escapa que Kazajstán es ridiculizado hasta la saciedad, tratado como lo más atrasado, como una sociedad que sólo se caracteriza por su pobreza y sus vulneraciones a los derechos humanos, como la violación sistemática de mujeres, la humillación constante a discapacitados, a la raza gitana, a los judíos, y un sinfín más de actitudes aberrantes, todo ello sumado a la actitud “paleta” del personaje, del que se ríe sin parar la sociedad americana, llevada al extremo hasta el surrealismo.
Las sutiles críticas a la sociedad americana se mezclan y pierden en la imparable ridiculización a una sociedad diferente, todo lo cual nos conduce irremediablemente a la conclusión de que la única forma válida de cultura es el estilo americano, renegando de todo lo subdesarrollado, asqueroso y paleto, es decir, el resto, por eliminación.
Susana Martin Gijon.

14.11.06

El consumo responsable como respuesta al consumismo actual. Por Susana Martin Gijón


No te dejes llevar por la publicidad que nos bombardea e induce al consumo incontrolado; ten espíritu crítico, reflexiona sobre la naturaleza y procedencia de las cosas; contribuirás a un mundo mejor.

Una de las características principales del estilo de vida que rige en los países desarrollados es sin duda el consumismo. Consumimos a todas horas. ¿Por qué? porque está de moda, porque es barato, porque estamos deprimidos, porque creemos que es necesario, porque es más cómodo comprar algo nuevo que hacerlo o arreglarlo....o simplemente ni nos planteamos el por qué. Consumimos.

Este modelo de vida, en el que la compra compulsiva parece ser el mejor remedio para alcanzar la felicidad, nos ha sido impuesto por las grandes multinacionales que nos bombardean incesantemente con todo tipo de publicidad generada para crearnos unas necesidades ficticias que nunca antes tuvimos, como la de comprarnos unos tacones de aguja (que tienen que conjuntar con la chaqueta), o una gorra de Fernando Alonso, o comer productos a base de soja, o teñirnos el pelo porque yo lo valgo.

Es totalmente insostenible a largo plazo, además de no ser aplicable a todos los habitantes del planeta. No se puede mantener ni ecológicamente, ni por las injusticias que genera. Por tanto no es posible que mantengamos esta situación.

Las instituciones tienen que cumplir su función y así debemos exigirlo, pero nosotros tenemos una importante herramienta de influencia directa sobre los centros de poder económico. Es la voluntad de vivir de forma responsable el día a día en aspectos como el consumo.

Un consumo crítico es el que se pregunta por las condiciones sociales y ecológicas en las que ha sido elaborado un producto. Es una actitud diaria que consiste en elegir meticulosamente lo que compramos sobre la base de dos criterios: el origen del producto y la conducta de la empresa productora.

De esta forma le decimos al sistema los métodos productivos que aprobamos y los que condenamos. Se valoran las opciones más justas, solidarias o ecológicas y se consume de acuerdo con ello y no solo en función del beneficio personal.

Dentro del consumo responsable destaca la austeridad como valor, como una forma consciente de vivir, dándole más importancia a otras actividades que al hecho de consumir y teniendo la capacidad de distinguir entre necesidades reales e impuestas; cubriendo las verdaderas necesidades con el menor despilfarro.

No hay que confundir la austeridad con la tacañería. Nada más lejos. Ser tacaño implica mirar sólo la economía; si un tacaño no consume un producto es porque no le conviene a su bolsillo; una persona austera reflexiona sobre la necesidad real que tiene de adquirir algo, (¿estoy comprando porque realmente lo necesito/me apetece, o me he dejado influir por el mercado?) sobre las consecuencias de esa adquisición (¿estoy contribuyendo a explotación infantil en Pakistán por comprar este balón deportivo?), y, en definitiva, tiene otros valores a los que da prioridad y que le llenan más que el simple consumismo.

La incorporación de estos valores en nuestro consumo no disminuye el bienestar y la calidad de vida, sino al contrario. Al no dejarnos influir, elegimos aquello con lo que más cómodos nos sentimos. Sustituimos otro par de zapatos innecesarios por comer productos más saludables, por ejemplo.

Tengamos en cuenta el hecho de que el nivel de desarrollo y consumo que llevamos en el primer mundo no es en absoluto sostenible, y lo podemos mantener actualmente sólo a costa de los países menos desarrollados.

¿Sabías que para mantener un nivel así en todo la población del planeta necesitaríamos siete planetas Tierra a nivel de recursos y uno entero sólo para acumular la basura que producimos?

Empecemos a ser un poco más razonables con lo que compramos, y también con lo que desechamos. De nosotros depende mucho.

Busca información y adopta un pensamiento crítico con la realidad que te rodea, con la publicidad que intenta manipularte, cuestionándote que hay detrás de cada cosa que consumes y cuáles son sus consecuencias. Opta por la reducción de tus niveles de consumo.

Se trata de cambiar nuestro hábito de consumismo, optando por un modelo de bienestar y felicidad no tan basado en la posesión de bienes materiales. Es un cambio en nuestra escala de valores y en nuestras prioridades.Lo que falta es desarrollar una conciencia crítica y verdaderamente solidaria acompañada de comportamientos más colectivos y políticos: cuando hacemos la compra no tenemos que dudar que somos poderosos y que las empresas están en una situación de profunda dependencia de nuestros comportamientos como consumidor.
Susana Martín Gijón